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lunes, 19 de mayo de 2008
jueves, 13 de septiembre de 2007
miércoles, 29 de agosto de 2007
Lo que quiero leer...
"Donde el corazón te lleve" -"Va ' dove ti porta il cuore"- es una larga carta, el relato de toda una vida, con aciertos y errores que Olga, narradora y protagonista, trata de contar a su nieta con la claridad y la intuición de quien se siente cercano a la muerte. Sentada en la cocina escribe día tras día a cerca de su niñez atormentada y profunda, sobre las cosas que siempre la preocuparon, los miedos, el amor, la libertad, la propia existencia. La casa está deshabitada, en ella se siente a veces como un bajel a la deriva, pero se ha dado cuenta la ama, que forma parte de ella misma, tanto como la memoria de su hija, a la que nunca entendió. La acompaña Buck, el perro de su nieta, aquel que un día eligió a pesar de su mal aspecto y que domesticó al igual que hiciera "El Principito" con el zorro. Y también como él, Olga cuida de su rosa (la de su nieta), de su jardín, que se convierte en símbolo de vida.Y así, cada tarde, cada noche, Olga da testimonio de una vida intensa, llena de sentimientos encontrados, de luchas personales, donde anima a decir porque "aquello que nunca dijimos, nos dolerá eternamente y sólo el valor de un corazón abierto podrá liberarnos de esta congoja".
"Donde el corazón te lleve" nos atrapa y nos hace pensar y sentir protagonistas, nos libera.
Un taller de filosofía.... (mi respuesta).
Hoy en día su pensamiento hace referencia a todo el abuso y sumisión respecto a la actividad semiótica imperante: el capitalismo, que se expresa a través de la cultura.
Nosotros somos seres que nacemos a través de ésta. Nos normalizan a través de algún modelo de vida y nos articulan por algún patrón moral y religioso.
Sin embargo existe aún gente que cree que podemos cambiar, por eso hoy en día son muchas las personas que se unen para luchar contra la ideología dominante que no trae más que beneficios para los grandes capitalistas que poseen el control del país en sus manos. Existen numerosas agrupaciones a nivel nacional e internacional que lucha en contra el sistema neoliberal, exigiendo un estado social y democrático sin apartar la solidaridad del camino, promoviendo el verdadero significado de nuestros principios como personas y no como bestias capaces de destruir el mundo.
Nosotros somos seres que nacemos a través de ésta. Nos normalizan a través de algún modelo de vida y nos articulan por algún patrón moral y religioso.
Sin embargo existe aún gente que cree que podemos cambiar, por eso hoy en día son muchas las personas que se unen para luchar contra la ideología dominante que no trae más que beneficios para los grandes capitalistas que poseen el control del país en sus manos. Existen numerosas agrupaciones a nivel nacional e internacional que lucha en contra el sistema neoliberal, exigiendo un estado social y democrático sin apartar la solidaridad del camino, promoviendo el verdadero significado de nuestros principios como personas y no como bestias capaces de destruir el mundo.
Contra la Contaminación del Yo
Jacques Lusseyran
Contra la Contaminación del Yo
El texto original francés: “Contre la Pollution Du Moi”, tomado de un manuscrito de una conferencia no pronunciada en julio 1971, el mismo mes y año en que Jacques Lusseyran murió en un accidente automovilístico, fue publicado por la Editorial Triades en 1972.
Edición privada para uso interno
Sobre el autor
Jacques Lusseyran nació en París el 19 de setiembre de 1924. En su autobiografía describe su niñez como muy feliz y a sus padres como ideales. Cuando tenía 8 años perdió la vista en un accidente en el colegio. Después de aprender a leer y escribir en seis semanas con el método Braille, regresó al colegio en condición de prueba, pero fue tan buen alumno, que, al cumplir el año escolar, recibió el primer premio de la clase. A pesar de su capacidad para estudiar sentía que «la materia de todas las materias, el hecho que el mundo existe adentro y no solamente fuera del hombre... no se enseñaba nunca; que «acumular sabiduría era bueno y bello, mas, aprender el porqué acumularla hubiera sido más importante, y nadie hablaba de esto”.
En primavera de 1941, durante la ocupación Nazi de París, organizó a los «Voluntaires de la Liberté”, un grupo de resistencia estudiantil y publicó el periódico clandestino «El Tigre». La tarea principal de Lusseyran fue la de administrar el grupo y entrevistar a candidatos que querían ingresar, pues él podía «ver» a través de sus voces en quién podía confiar y en quién no. El 20 de julio de 1943 fue capturado por la Gestapo junto con otros. Habían sido entregados por un recluta a quién él había tomado con reservas, pero las había reprimido. Fue llevado al campo de concentración de Buchenwald en enero de 1944, permaneciendo allí hasta su liberación el 18 de abril de 1945. De los 2000 franceses que estaban con él en Buchenwald, fue él uno de los 30 que sobrevivieron. Un año después Lusseyran luchaba con las autoridades francesas para conseguir un puesto como profesor. Lo rechazaban por una ley que prohibía el empleo público a minusválidos. Finalmente ganó su derecho de enseñar y trabajó en Francia durante los años 50. Luego se trasladó a los EE. UU. y enseñó en varias universidades. El 21 de julio de 1971 muere Lusseyran con su esposa María en un accidente automovilístico. Estaba camino a Zurich para dar la conferencia: «Contra la Contaminación del Yo».
Cada mañana y cada noche escucho las noticias de la guerra, como de costumbre. Sí, en verdad, así tiene que ser, porque no tengo derecho de vivir fuera de mi tiempo. Y como actualmente vivo en Norteamérica, las noticias que recibo por la radio son las de esta guerra innecesaria y perdida, la que tenazmente está ocurriendo en Vietnam. Pero más frecuentes son los reportes de otra guerra. Son las noticias sobre la contaminación. En este caso el enemigo no está al otro lado del mundo, ni es un extraño, ni tiene otros antecedentes diferentes a los míos, ni otra fe. Este enemigo soy yo mismo, lo somos todos y la contaminación del mundo es una guerra civil. El enemigo son los productos de nuestro intelecto, el aumento de los inventos de nuestra razón práctica. Es decir: los sueños de invenciones fantásticas, combinados cada vez de nuevo con las posibilidades técnicas, cuyos deshechos nos causan lesiones dentro de nuestra vida cotidiana y hasta dentro de nuestra región vital más íntima. Oigo las noticias diarias de nuestras derrotas.
Donde hace tiempo -por no decir ayer- se encontraba la tranquila reserva de los indios de la tribu de los Navajos en el Altiplano del Río Colorado, existe hoy una planicie de 300 Km. de largo, totalmente envenenada debido al humo y a los gases del escape de una gigantesca planta térmica, que consume todo el carbón escarbado a su alrededor.
A poca distancia han empezado a explotar los grandes bosques vírgenes y anuncian “su sistemática tala”. Dentro de poco tiempo ya no podrá cumplir su tarea este pulmón que cubre el sur-este de Alaska y que permitía respirar al continente norteamericano en su parte noroeste. Estas fueron ayer las dos noticias más recientes de la frontera.
Seguramente es bueno que nos sean transmitidas estas noticias. Hace apenas cuatro años fueron sólo unos valientes pioneros los que se atrevieron a hacerlo. Estas denuncias (me gustaría llamarlas conciencia moral) se han tornado asunto público. Quizá los hombres pondrán un día punto final a esta locura. Acaso firmen una “Sacra Alianza” para salvar la tierra. Sin embargo, esta guerra civil no está restringida solamente a la tierra, al aire y al agua, sino que está desatando su furia en nosotros mismos. Sobre esta batalla no se oye hablar, pero yo, por mi parte, quiero romper el silencio que ya ha durado demasiado tiempo.
En otras palabras, estoy ahora aquí para compartir con ustedes mis más profundas preocupaciones. Pero no teman. No soy de aquellos que gozan con sus inquietudes ni pertenezco a los que en su miseria, y hasta en el susto, buscan y hallan una fuente de placer. Tengo la esperanza que todos juntos podamos encontrar las verdades y con ellas los medios que nos darán la posibilidad de vencer esta preocupación.
Cierto es que la tierra es el único campo en donde se puede desarrollar la vida que nos han otorgado y la hemos echado a perder. No obstante, en la tierra se encuentra sólo la mitad de nuestra existencia, el espacio exterior, el visible campo de acción. Nos queda otra región para administrar: nuestro espacio interior, nuestro YO del que nunca se habla en las noticias matutinas, pero es justamente nuestro YO quien está amenazado mortalmente. ¡Permítanme acudir en su auxilio! Deberé tener mucho cuidado en la lucha, porque el YO es la más frágil de nuestras pertenencias. Desde luego, ya no podemos quedarnos dormidos, ni mucho menos, seguir esperando.
Nuestro YO: esta palabra tiene un sentido tan claro y al mismo tiempo indefinido, que primero requiere una aclaración de su significado.
Así como cada objeto tiene un lado exterior y uno interior, osi ustedes prefieren, así como para cada uno de nosotros hay dos maneras de confrontarnos con otra persona, existen dos niveles para el YO: viendo su apariencia externa o viendo su verdadera personalidad.
En general, si hoy día alguien está dispuesto a hablar del YO, casi siempre habla de sus formas de apariencia, o sea, de las superficiales. Por consiguiente, no voy a llamar a esta forma YO, sino Ego.
Nuestro Ego es el anhelo que todos poseemos -nadie está libre de él- de no parecemos a nadie y cueste lo que cueste, de sobresalir en algo, no importa en qué sea. Por este deseo queremos para nosotros la mayor parte de la presa, que es la vida. Insistimos en nuestra postura, aunque no tengamos razón. Es precisamente nuestro Ego el que produce los monstruos que a nadie se le ocurre reprochar: la ambición, la competencia, el fanatismo y el autoritarismo, que se toman como autoridad legítima.
El Ego es aquella fuerza que trata de separarnos uno del otro. Además todos ustedes conocen la enfermedad de nuestro siglo, que tan tristemente ha sustituido al ambiente soñador de los románticos: la enfermedad de la falta de comunicación, del autismo. Si somos atacados por esta enfermedad, es inevitable entonces el descenso. Mientras más nos encerremos en nosotros mismos, más aislados estaremos. Es la sentencia. Es el veneno del Ego. Lo sabemos y lo escribimos. Pero ¿qué hacemos para combatirlo? ¡Nada! Al contrario.
Todo el mundo pugna por este Ego que es la parte engañosa de nuestro YO y en primer lugar lo hacen los educadores. Antes, en las escuelas y universidades, los estudiantes sencillamente estaban en falta cuando no cumplían con sus trabajos o no podían entender las materias. El valor de su trabajo se mostraba por su empeño y más todavía por el éxito logrado. En cambio el maestro hoy en día está ansioso por ayudar de antemano al Ego: ¡Ni pensar en dañarlo! Para que ningún Ego se sienta presionado se “inventan” verdades baratas y problemas fáciles. Y, como cada disciplina tiene un límite, que la mayoría de los Egos, obviamente, son incapaces de trascender, se declara como meta de estudios a este límite.
Sin embargo, esto no es todo y los educadores ni siquiera son los mayores culpables. Los que se han apoderado del Ego son los especialistas de la publicidad. Todo su trabajo consiste en investigar los caprichos actuales. Tan pronto como aparecen en un número suficiente de clientes, hacen de ellos verdades morales y maneras de comportamiento permitidas y respetables.
Todos ellos olvidan que el Ego no es lo mismo que el YO, sino su efímera, centelleante y arbitraria superficie, y que se mata al YO cuando se da siempre la razón al Ego.
Como ya les dije, el YO es muy frágil. Ni siquiera es en cada uno de nosotros algo que poseamos, un patrimonio. Tampoco es la suma de capacidades que podamos mostrar con orgullo. Más bien es como un impulso o una especie de arranque. Significa una fuerza tan sólo en ciernes. Es una promesa dada al hombre. Sí, así quisiera expresarlo: él será un día como el universo y podrá mirar al mundo con los ojos bien abiertos. Entonces percibirá y reconocerá la relación ordenada entre sí mismo y el mundo. En otras palabras, el YO todavía está tan poco desarrollado que para quitárnoslo casi no se requiere nada. Es más, ¡ahora tengo que constatar que están haciéndole la guerra!
Tratemos de hablar del verdadero YO. Lo que llamo YO es el movimiento o impulso que me permite servirme de los cuatro elementos de la tierra en que moro, también de mi inteligencia, de los movimientos de mi alma y hasta de mis sueños. Realmente es una fuerza que me concede un poder que nadie más me puede dar. Es decir que yo, para poder vivir, no tengo que esperar que la vida venga a mí. El Ego necesita de las cosas en grandes cantidades: dinero, reconocimiento, poder, elogios, premios, etc. En cambio el YO no precisa de ellas. Cuando actúa pone su propio mundo frente a este mundo de cosas. El YO es la riqueza en medio de la pobreza. Es la motivación mientras todo a nuestro alrededor está hastiado. Es la esperanza aun cuando todas las posibilidades objetivas de esperar han desaparecido. Del YO proviene todo avance humano. Y finalmente es lo que nos queda cuando todo lo demás nos es quitado, cuando ya no nos viene absolutamente nada de fuera siempre y cuando nuestras fuerzas sean suficientemente grandes para superar este vacío.
Es cierto que el YO del hombre nunca ha sido muy fuerte, fuera de algunas pocas individualidades. Nuestra época sufre sin duda esa carencia, no menos que las anteriores. Sin embargo, en nuestros días surge un hecho totalmente nuevo. Se nos quiere ahuyentar al YO por completo para finalmente deshacerse de este vecino raro, ciudadano confuso. Se le hace la guerra al YO. Es la más peligrosa de todas las guerras porque nadie piensa declararla como tal.
¿Podrán quizá ustedes hacer un pequeño ejercicio mental conmigo? ¡Háganlo por favor! Para hacerlo se necesita muy poco. Comprometámonos a hacerlo de hoy en adelante. Quedémonos quietos hoy en la noche por dos minutos antes de dormir. Dos minutos son suficientes. Dos minutos es un largo tiempo para el hombre que se detiene en su interior. Entonces preguntémonos qué es lo que hallamos dentro. En suma, es una exploración de la conciencia a la que quisiera invitarles y será en un sentido muy concreto y, permítanme la expresión, en un sentido material. En cada uno de nosotros hay un espacio interior a través del cual tenemos que pasar, como lo haríamos en un cuarto si quisiéramos averiguar qué objetos hay en él y dónde nos encontramos.
Hallaremos un caos de imágenes y sonidos que surgen de repente sin control, pedazos de imágenes que nadie tiene la capacidad de juntar y darles forma. No obstante, encontraremos otras cosas más confusas todavía: una serie de impulsos, ímpetus que adoptan la fuerza de necesidades. Todo esto no es otra cosa que los cachivaches comunes de la conciencia y no hay ninguna razón para asombrarse. En cambio, esto nos debe animar para hacer otra pregunta: ¿estos pedazos de imágenes y sonidos realmente me pertenecen?, ¿son míos o han sido depositados dentro de mí por otras personas?, ¿es realmente mi propia voz la que oigo de esta manera?, ¿es mi voz con la que hablé hace un momento con alguien?, ¿es la voz de mi mujer, de mis niños, de amigos, la voz de seres vivientes?, ¿y estas imágenes realmente me traen recuerdos de cosas que he usado, de lugares en que me he encontrado y trabajado? De veras, me parece poco probable. Serán las imágenes de la televisión aunque apenas estuve viéndola por una hora. Serán aquellas imágenes de todos los anuncios, carteles y señales que han desfilado delante de mis ojos desde temprano por la mañana en las calles de mi ciudad, en los encabezados de los periódicos, en las ventanas de las tiendas, en la bolsa del detergente que compré regresando a mi casa. Las voces naturalmente de familiares, pero nunca solas, siempre “mezcladas” con otras voces curiosamente conocidas y al mismo tiempo totalmente impersonales, las voces de todas las mujeres y hombres a los que jamás encontraré personalmente y a quienes no podré decir nada, porque tampoco se dirigen a mí. Por supuesto me hablan. Es todo lo que hacen durante todo el día: en la radio, la televisión, el cine, el teléfono, el periódico, el cassette... Lo hacen; pero no pasa nada realmente. Nada se está realizando. No saben a quién se dirigen. Hablan porque saben ¡que hoy en día se puede vender la palabra!
Tengo que aceptar un descubrimiento repugnante: ¡Mi espacio interior ya no me pertenece! Quizá todavía pueda encontrar en él algunos “efectos personales” así como una aguja en un pajar. Sin embargo mi interior tampoco pertenece a los demás porque nunca me he propuesto darlo. Por eso, mi interior no es de nadie y está repleto de cualquier cosa. Ya existen cementerios de autos. Lamento que estén ensuciando el paisaje. Ahora yo, por mi parte me convierto también en un cementerio de palabras, gritos, música, gestos que nadie realmente hace en serio; de informaciones, instrucciones, secuencias de palabras cien veces repetidas que en realidad nadie quiere.
Debo admitir que toda la noche estuve disperso. Realmente no he mirado el televisor ni he escuchado radio, aunque estaba prendido. Y respecto a la música de fondo en el restaurante del auto-servicio al mediodía y la del ascensor, francamente yo no puedo decir si hubo o no. Ya hace mucho tiempo que no me fijo en lo que dicen los anuncios. ¿Cómo es posible que me haya contagiado con todo esto? La trampa existe, pero yo estoy fuera de ella, al menos es lo que creo.
No obstante, no se puede dudar que todo ese ruido y esas imágenes chillonas de mi cabeza no son realmente mías. Mi YO puede ignorarlas, todavía puede tratar de vivir sin ellas. Pero ¿dónde vivirá? El lugar ya está ocupado porque el mundo exterior ha sembrado su basura por doquier.
Ahora es necesario tener el valor de expresar lo que en el fondo todos sabemos, pero que ya no tenemos la fuerza de decir. Un ser humano a quien permito que me hable sin que yo tenga la oportunidad de contestar, no es verdaderamente un ser humano. No lo es, pero me compete. Una música que no he seleccionado para escuchar produce ciertas formas dentro de mí. Esto ocurre aún cuando yo no estoy consciente de haberla oído. Estas formas ya no pertenecen a la música, porque están cabalgando sin orden y me plasman sin darme cuenta. Lo mismo pasa con todos los viajes en imágenes que hago de Harlem a Pekín y de Suez a Cuba, realmente no los he hecho ni los quise hacer. Es más, no me he movido ni un paso, jamás traerán provecho alguno.
Pronto ya no habrá ningún centímetro dentro de nuestro espacio interior que no sea pisoteado diariamente. Hasta el amor. ¿Quién hubiera pensado que un día saldría del escondite más íntimo de los seres humanos? Se ha convertido en un espectáculo. Se ha empezado a representar el acto sexual delante nuestro. Si los hombres fueran únicamente máquinas, todo esto no tendría tanta importancia. Sin embargo son algo distinto, porque poseen un YO que obedece a sus propias leyes. En otras palabras, el YO tiene ciertas condiciones de crecimiento y se alimenta exclusivamente de sus propios movimientos. Aquellos que otros hacen en su lugar, lejos de ayudar, lo empobrecen. Cuando el YO, por su propio impulso, no sale al encuentro de las cosas, éstas rechazan al YO, lo reducen y no lo dejan en paz hasta que abandone el campo o se muera.
Una Psicología objetiva tendría ciertamente grandes dificultades para comprobar este hecho tan sencillo. Pero, ¿quién habla aquí de Psicología? La muerte del YO es una vivencia. ¿Por qué será que la mayoría de nuestros contemporáneos ya no pueden tener esta vivencia?, ¿no será porque su YO ya se les ha escapado?
Las condiciones para el crecimiento son duras y esto vale para todo lo vivo. Lo hemos descubierto en los animales y plantas, en el agua y el aire. Sin embargo el YO humano es la más vulnerable de nuestras pertenencias. Los daños causados en el YO por la contaminación avanzan con tanta rapidez que ni siquiera se mencionan, o peor aún se les da nombres que despistan. Por ejemplo, hoy en día cada persona respeta la opinión pública o por lo menos lo aparenta. Sabemos que los sondeos de opinión pública están a punto de sustituir a los diálogos. Hacen encuestas a la gente sobre cualquier cosa, según las clases sociales, edades, niveles de trabajo o regiones geográficas. Luego publican los resultados y todo con porcentajes. No vayan a dudar que un día se pregunte a la opinión pública si todavía es correcto casarse. Un día (a lo mejor más cerca de lo que suponemos) se preguntará, tal vez, si valdrá la pena seguir viviendo. La gente cree en respuestas Finalmente las aceptan. No he encontrado más que un puñado de personas que sospechan que las estadísticas no constituyen respuestas.
La mayoría o un promedio de las encuestas no son verdaderas realidades, sólo lo son para la inteligencia abstracta, o sea para la manipulación de las masas. Con esto quiero decir, que sirven para la manipulación de su inconsciente. Para el YO esto no significa nada, apenas se trata de una aseveración. Si el YO no está totalmente dormido, sabe que una verdad nunca consiste en lo que la mayoría de la gente dice o hace, sino que la verdad es lo que aparece al cabo de cada vivencia, siempre y cuando se experimente personal y verdaderamente hasta su fin. El YO sabe que el grado de utilidad y legitimidad de cualquier comportamiento no está en proporción a la frecuencia con que éste se practica.
Me parece que estamos viviendo exclusivamente de estadísticas y a ellas les otorgamos los privilegios de una deidad. ¿No es realmente extraña esta mitología nuestra? ¡Si sólo nos diéramos cuenta que es una mitología! y por cierto una muy primitiva.
Cada persona y en especial los estadísticos lo saben. El hombre promedio no existe. Sin embargo, a este hombre no existente dedicamos la mayor parte de nuestra atención y cuidado. El otro hombre, el hombre capaz de una transformación, el que no. soportaría descubrir que es “un promedio”, el hombre que dice: “yo sé” sólo cuando él mismo lo sabe; este hombre se asfixia, se hunde cada día más bajo la avalancha de los sucesos colectivos. Si no empezamos a trabajar como salvavidas, con el mayor esfuerzo de nuestra parte, muy pronto la verdad será solamente lo que piensa la mayoría y lo bueno será lo que ella haga. Por una sola vez, yo que nunca recomiendo la angustia, digo: “Angustiémonos!”.
No nos engañemos, se trata de la guerra contra el YO. Hoy debemos damos cuenta que la misma gente que por tradición estaba más cerca del YO y siempre fue su conservadora y promotora (hablo de los intelectuales y artistas), ahora se unen en grupos cada vez más grandes al ejército de los agresores.
Durante siglos, un escritor, un músico o un pintor, era un hombre quien expresaba un punto de vista con respecto al mundo. Su concepto del mundo fue exclusivamente el suyo y no el de otra persona. Sin embargo, tenía su concepto una fuerza tal que terminaba por llegar a una validez universal. Aún los realistas, cuando buscaban minimizarse ante los hechos, siempre dejaban su huella personal en las obras. En cambio, hace aproximadamente quince años vemos aparecer creadores cuyo expreso deseo es no solamente hacerse invisibles al máximo, sino también dejar de estar dentro de sus obras. En lugar del YO ha de valer una observación, una conciencia que se limita a constatar. Por lo tanto, los sucesos y las personas representadas ya no deben tener relación alguna con el observador ni con la fantasía del creador. ¿Es éste un trabajo artístico? Yo, en lo personal sí creo que lo es. Pero ¿es éste un trabajo justificado? ¿Puede ser la observación impersonal otra cosa más que un concepto o una abstracción? Al nombrar un autor de mi patria, Alain Robbe Grillet, que ha escrito una novela “La Jalousie” me pregunto, ¿está él efectivamente ausente en su reporte o bien sólo aparenta estarlo? Ya el hecho de seleccionar ciertas palabras o excluir ciertas ideas en favor de otras, ¿no es esto ya, necesariamente, una decisión y entonces la afirmación de su presencia? No es mi intención criticar aquí al “Nouveau Roman”, esta clase de novela moderna, ni mucho menos, pues, como cualquier intento creador espiritual es fascinante. Lo que a mí me interesa en estas obras no es su éxito o fracaso, sino su intención. Hoy en día los artistas tienen miedo al YO y hacen todo lo posible para que el YO no participe en el juego de la conciencia. Abren las puertas de par en par a lo que no es su YO. Y lo que así entra no pertenece propiamente a ningún ser humano. Mencioné a Alain Robbe-Gillet. En lugar de él podríamos pensar también en el compositor americano John Cage, quien está construyendo estructuras de sonidos extraídos del universo de ruidos exteriores. Tanto Cage como Robbe-Grillet se encuentran actualmente en el centro de la atención general. Aunque al público muchas veces no le guste lo que hacen, cree que sus esfuerzos están expresando la inevitable tendencia de nuestra época.
Eugene Ionesco y Samuel Beckett van más allá, ¡dramatizan la desaparición del YO! Ionesco lo hace sin comentarios y por decirlo así, de una manera brutal. Beckett, por su parte, le da la despedida al YO de una manera no menos forzada, pero su ausencia adopta la agudeza de una nostalgia y la fuerza insoportable de un dolor físico. En las obras de Beckett nace una metafísica de la ausencia del YO que a muchas personas les parece como la promesa de un retorno. Sin embargo, es una metafísica de ausencia y no de presencia.
Decenas de intelectuales ya no se ocupan del contenido del pensamiento, sino exclusivamente de su forma. Ya no se preocupan por la relación entre quien piensa y lo pensado, sino por todo lo que según su opinión existe fuera de nosotros, o sea los métodos y estructuras. Las consecuencias de esta decisión se pueden observar hasta en los detalles concretos: constato que va en aumento el número de investigaciones pedagógicas en las cuales ya no se toma en cuenta a maestros ni alumnos, sino que se enfoca una tercera realidad en la cual ya no hay un YO. Consiste en una relación de fenómenos, en breve, un sistema. En pocas palabras, se están acercando a todo galope al objeto, a la máquina. Quieren olvidarse de la persona para quien está hecha la máquina, incluso la “máquina del universo”. Darían cualquier cosa por deshacerse por fin, de este embarazoso, casual, obstinado, impredecible ser denominado Hombre y en especial, quisieran eliminar este riesgo imposible de programar: lo que el YO del ser humano representa.
Es cierto que la juventud está protestando y desde algunos años lleva su protesta a las calles. No parece sentir simpatía por este mundo sin humor, sin sueños, sin contrastes, sin descanso, donde no hay lugar para cosas sin utilidad práctica. Con respecto a ello, se ha comenzado a hablar (sobre todo en Norteamérica) de una “contra-cultura”. No puedo evitarlo, siento algo como liberación frente a su protesta, aun cuando tome detestables formas como peleas, riñas y confusión del pensamiento. Estos jóvenes tienen un YO y también lo presienten. Todavía no se les ha convencido de lo contrario. Es posible que quieran retener este YO y quizá sean más capaces que nosotros de hacerlo.
Las señales son las barricadas en todas las grandes ciudades de Europa y en las mayores universidades de América. También vemos señales, ¿por qué no? en Woodstock y en muchos “festivales de rock” entre el Atlántico y el Pacífico, hasta la Provenza. Sin embargo no dejo de preguntarme ¿es el YO el que aquí está manifestándose?
Verdadera exigencia existe en estos cientos de miles de jóvenes, una exigencia por conocer lo que les falta, las auténticas necesidades, las que no se les vende y no podrán comprar. Sin embargo, al mismo tiempo casi siempre se abandonan en la forma más repentina y global a aquello que no es suyo. Todos sabemos muy bien que apenas dejan las barricadas, la droga no está lejos.
Sin duda, vemos en primer lugar la más frecuente de todas las drogas: la euforia colectiva, aunque no nos parezca realmente un veneno. El “festival rock” se basa en el olvido. Lo ponen en escena para intensificar la vivencia del prójimo, para quitar todas las barreras, para realizar el impulso personal hacia el amor al prójimo y hacia la alegría de que todo vive. Se basa en encantamientos exaltando el ritmo, proclamando el anonimato del cuerpo humano y se eliminan las diferencias individuales a través de una especie de exorcismo.
Por eso temo que se está preparando el reino del NO-YO. He visto hippies en los parques de San Francisco radiantes de felicidad y totalmente envueltos en sus ilusiones, que durante días enteros no se daban cuenta de la gente que les rodeaba. Su mirada tampoco revelaba una búsqueda activa de sí mismos y su música tenía la inexorable monotonía de una huida.
De hecho no es fácil tener un YO, menos aún retenerlo, y perseguir la felicidad tal vez no es el método. En este asunto me confronto con el problema que posiblemente es el más alarmante y más urgente de todos y del cual yo hubiera preferido huir, pero los hechos no me permiten callar. Es el problema tan imaginativa y correctamente caracterizado con la palabra “vuelo”, o sea con la expresión inglesa “trip”, pero, ¿hacia qué país llevan estos vuelos?
Creo que la gente discutirá todavía mucho tiempo sobre el grado del daño de las diferentes drogas. Aunque la heroína no vaya a salir aprobada, la marihuana, por su lado, ya está por serlo. Será suficiente, no es cierto, tratarla igual que al tabaco, comercializarla, legalizarla. De esto ya se habla en las noticias de la mañana, no cada día, pero por lo menos una vez por semana. Yo no tomaré ninguna decisión en esta discusión, ni me interesa, específicamente, saber si la mezcalina produce una toxicomanía irreversible o no. Ante mis ojos, todas las drogas, sean de efecto suave o poderoso, plantean el mismo problema y éste no es en primer lugar problema de la medicina. ¿Es correcto que encomendemos la suerte de nuestras almas a sustancias químicas? ¿Debe depender nuestro sueño de los somníferos, nuestra paz anímica de las hierbas y nuestra alegría de sustancias alucinógenas?, ¿es esto sensato?, ¿está esto permitido? Y no quiero decir permitido por la moral (de todos modos la moral cambia con los tiempos y casi siempre se equivoca) sino por el orden de la naturaleza. Justamente aquella pregunta nunca se hace, al menos, no en círculos oficiales.
Puedo comprender muy bien por qué tantos jóvenes se vuelven adictos a las drogas, y tengo plena comprensión por el hecho de que quieran cerrar la cortina ante este mundo en el cual diariamente se aniquilan pueblos enteros, enormes bosques y en donde las persecuciones no se hacen con furia sino con el frío método científico. Y efectivamente, ¿cómo se puede, a la larga, soportar esta civilización en donde se limita al alma, se la canaliza, se le pone una etiqueta y se la insulta? ¿Cómo se puede estar satisfecho en una sociedad en la cual la fantasía pronto servirá solamente para llenar el tiempo libre y en donde se quiere sopesar todo, hasta la misma felicidad, igual como se pesa el cemento o el fertilizante? Puedo comprender que a estos jóvenes les quede sólo el deseo de huir. Sin embargo, cuando “huyan” ¿llegarán también a algún lugar? A todos debiéramos decirles que ¡así no llegarán!
Hace más o menos quince años tenía un muy querido amigo con una cultura amplia. Me confesó no tener ningún talento musical. Esta falta lo deprimía mucho. La música le agradaba pero no era capaz de comprenderla. La percibía como una masa indiferenciada cuyas partes no podía distinguir. Un día hizo un experimento, tomó mezcalina, y bajo el efecto de la droga escuchó un disco de la Misa en Si bemol de Bach. ¡Qué milagro!, desde el primer momento pudo oír cada una de las diferentes voces del coro en el “Kyrie”. Después de unos días me confió su descubrimiento. Simplemente contesté: “Volvamos a repetirlo, pero sin mezcalina”. El no podía distinguir más entre las voces del coro, ni percibir la línea musical.
Así es como actúan las drogas, nos quitan nuevamente lo que nos han dado. Nos colman, para después vaciarnos. Por medio de ellas visitamos extraños y lejanos lugares, pero al terminar el viaje ya no somos capaces de describirlos y nunca podremos llevar a nadie con nosotros. La razón es muy sencilla, realmente, ni a nosotros mismos hemos llevado. Hemos dejado atrás nuestro YO. Todas las drogas sin excepción actúan contra el YO. Se le abalanzan. Viven de su ausencia. Por eso, en mi opinión el mundo de las drogas nunca puede ser el mundo del hombre. Entonces, ¿qué hacer?, ¿tenemos que contentamos con lo poco que poseemos? Ya he admitido francamente que nuestro YO todavía no es fuerte. El nos deja aún en un estado hambriento, nos concede armas demasiado débiles para defendernos contra todo lo que él no es. Es un hecho que estamos mal preparados contra la invasión de las planificaciones de la materia y de la abstracción. Precisamente por eso no debemos renunciar ni a la más pequeña parcela que poseamos de nuestro YO.
¿No les parece que ese mundo de abstracciones y de obras materiales se sirve conscientemente de la droga, en contra nuestra? ¡Qué inesperado pase de cortesía le podría dar nuestro sueño a ese mundo! Imaginémonos (si esta idea no es demasiado insoportable) que la vida humana estuviera dividida en dos partes iguales, en una de las partes todo está sometido al dominio de los números, de la velocidad, de la eficacia material, de la producción y de la obediencia. En la otra parte cada cual se acurruca para después disolverse en el universo artificial de la droga. Entonces, el problema del control de los hombres, de su esclavización (sin solución desde milenios) perdería su sentido. Lo único que tendría importancia sería aprovisionarse adecuadamente. Perdónenme por este pensamiento hipotético, el cual verdaderamente se me impone: siempre me ha costado trabajo comprender la política de las grandes potencias que impulsan su super armamento, mientras que una red de espionaje y de persuasión indirecta, una lenta campaña secreta de difusión de la droga les posibilitaría, fácilmente a corto o largo plazo, el adormecer al enemigo, que es el propósito final de toda guerra. Me gustaría pensar que estoy dramatizando involuntariamente, sin embargo, no creo que sea así. Nuestro YO, este germen humanitario en cada uno de nosotros, nos necesita. No obstante lo hemos olvidado para dejar libre de toda limitación a nuestro espíritu, al construir este mundo técnico y abstracto. Y ahora la droga expulsa al YO del otro refugio, del asilo de nuestros sentimientos y más aún de nuestra alma misma. La tristeza y la alegría siempre han pertenecido al hombre. Eran su región exclusiva, su vergüenza, su orgullo. ¿Estamos dispuestos a renunciar a una u otra? ¿Vamos a exigir la eliminación de la tristeza y el aumento de la alegría a otras fuerzas que no sean las nuestras? ¡Si llegásemos a ese punto, nosotros de por sí, ya muy frágiles, nos quebraríamos como vidrio! Tengo muy claro en mi memoria el reporte de un psicólogo del ejército norteamericano, sobre los soldados tomados en prisión por los chinos durante la guerra en Corea (por favor tomen nota que fue antes del auge de las drogas). A estos hombres se les había practicado un riguroso lavado cerebral. Se sobreentiende que en esta terapia infernal está incluido todo lo que sirve para sacar al YO, aun del hombre más fiel. Sin embargo, lo que a este psicólogo militar le dolía más, era la rapidez con que se había podido quitar de las cabezas y de los corazones de estos jóvenes, todo lo que los hizo sentirse americanos: la confianza en sus derechos jurídicos, en su valor como hombres y hasta en su derecho a la felicidad. ¡Para mí eso no es sorprendente! Todos los hombres están dotados de esa fuerza que llamamos YO, sin embargo, no está ligada inseparablemente a su cuerpo. El no se impone para mantener su lugar. Está sufriendo a gritos su inundación por los objetos, números, sistemas, pasiones sin límite y por las drogas. Por esta razón he dicho que hay peligro y hablo de la urgente necesidad de socorro. La contaminación del YO está avanzando más rápido que la contaminación de la tierra.
Quizá uno u otro de ustedes se pregunte: en nombre de qué triste filosofía expreso estos horribles temores con respecto al destino del YO humano. Tengan la seguridad que no se trata de filosofía, sino de experiencia. Antes de terminar permítanme comprobarlo con un episodio de mi vida.
En enero de 1944 me deportaron junto con otros dos mil franceses al campo de concentración de “Buchenwald” (Alemania). El reglamento exigía que se nos quitaran, inmediatamente después de llegar, todos nuestros efectos personales: la ropa, anillos de matrimonio, incluso eventuales aparatos ortopédicos. Luego nos llevaron a una sala en la que teníamos que sumergirnos enteramente en “xilol”, un desinfectante sumamente fuerte, no solamente el cuerpo sino la cabeza. Después nos empujaron a una tercera sala en la que vimos colgados del techo unos cables en cuyas terminaciones estaban conectadas unas máquinas rasuradoras de pelo. Los guardias nos cortaron con minucioso empeño hasta el último pelo del cuerpo. Como la mayoría de las medidas de los campos de concentración, también ésta tuvo al mismo tiempo dos objetivos: asegurar la higiene y humillarnos.
En grupos de aproximadamente 30 hombres, pasamos así por la navaja de rasurar. Conocía muy bien a mis compañeros porque acabábamos de convivir durante tres días y tres noches en los vagones para el transporte de ganado. Todos éramos lo que en aquel entonces se llamaba prisioneros políticos, o sea hombres que habían participado voluntariamente en las luchas de resistencia. Sin embargo, durante este ridículo suceso de ser rapado, me quedé desconcertado de escuchar de repente unos sollozos. En verdad, varios hombres lloraron. Uno de ellos era un conocido médico, el otro un panadero, el tercero un profesor de sociología... Ciertamente, hombres muy distintos uno del otro. Realmente, eran muy diferentes. No obstante lloraron juntos y sus lágrimas parecieron decir: ¡déjenme lo último que es mío! En los próximos días traté de interrogar a estos hombres. ¡No crean, por favor, que sentía desprecio por ellos! Cuando uno ha atravesado por ciertas pruebas, no puede dejar de sentir cariño ante la debilidad. ¿Qué cosa les había pasado? Tenía que averiguarlo. Ahora bien, las respuestas del panadero y las del sociólogo fueron las mismas. Fueron reticentes y vacilantes pero claras. Sin su ropa, sin su pelo, esos hombres ya no se sentían vivos. Despojados de sus atributos nadie los hubiera reconocido. Esta idea los sumergía en una pobreza que no podían soportar.
Todavía no he llegado al final de mi historia. El incidente con los hombres llorando tuvo lugar el 24 de Enero. Para el 1ro. de Marzo ninguno de ellos vivía. Queda por mencionar que las condiciones para sobrevivir fueron duras. Sin embargo, para aquellos hombres no fueron más duras que para todos los demás. Ellos murieron (y cómo no entenderlo así); se había esfumado su YO, por haber dejado de funcionar.
Hace dos o tres siglos que los pensadores se atreven a hablar de la muerte de Dios. Algunos declaran dicha muerte como un hecho. Yo he tomado este anuncio como un caso flagrante y patético de abstracción. Dios no puede morir ni tampoco el YO del hombre.
Por eso hablo en un sentido muy especial cuando digo que nuestro YO es frágil. Nuestro YO es sumamente delicado, porque mengua cada vez que no está en acción. Esta aseveración no decreta el intelecto. Se trata de una ley cuya exigencia sentimos ahora con mayor fuerza que nunca. Si nuestro YO se entrega a algo ajeno a sí mismo, nos tornamos en seguida víctimas. Nuestro sentido de placer se incrementará por algunos momentos, porque existe un placer de sueño, pero jamás volveremos a sentir alegría.
¿No es éste en verdad el sentido de aquellas palabras, que tantos hombres diariamente expresan: “Religión” o, tomado de otro vocabulario, “Yoga”? Las dos palabras significan reunión, o sea, la restauración de un lazo. Sin embargo, no basta con darle un nombre a este lazo entre el hombre individual y el principio universal: hay que desearlo conscientemente. Y si tengo mis dudas hasta el momento, es porque veo en aumento el número de aquellos que ya no desean más este lazo.
Por otra parte, no olvido que este trabajo del YO, aunque avance lentamente y con dificultad, amenazado por todos los peligros de falsas imaginaciones y engaños de los sentidos, es, de todos los trabajos que podamos hacer, el que lleva en sí la más grande esperanza. Y sé también, que esta noche aquí, no soy el único que ama este trabajo y que trata de realizarlo.
Contra la Contaminación del Yo
El texto original francés: “Contre la Pollution Du Moi”, tomado de un manuscrito de una conferencia no pronunciada en julio 1971, el mismo mes y año en que Jacques Lusseyran murió en un accidente automovilístico, fue publicado por la Editorial Triades en 1972.
Edición privada para uso interno
Sobre el autor
Jacques Lusseyran nació en París el 19 de setiembre de 1924. En su autobiografía describe su niñez como muy feliz y a sus padres como ideales. Cuando tenía 8 años perdió la vista en un accidente en el colegio. Después de aprender a leer y escribir en seis semanas con el método Braille, regresó al colegio en condición de prueba, pero fue tan buen alumno, que, al cumplir el año escolar, recibió el primer premio de la clase. A pesar de su capacidad para estudiar sentía que «la materia de todas las materias, el hecho que el mundo existe adentro y no solamente fuera del hombre... no se enseñaba nunca; que «acumular sabiduría era bueno y bello, mas, aprender el porqué acumularla hubiera sido más importante, y nadie hablaba de esto”.
En primavera de 1941, durante la ocupación Nazi de París, organizó a los «Voluntaires de la Liberté”, un grupo de resistencia estudiantil y publicó el periódico clandestino «El Tigre». La tarea principal de Lusseyran fue la de administrar el grupo y entrevistar a candidatos que querían ingresar, pues él podía «ver» a través de sus voces en quién podía confiar y en quién no. El 20 de julio de 1943 fue capturado por la Gestapo junto con otros. Habían sido entregados por un recluta a quién él había tomado con reservas, pero las había reprimido. Fue llevado al campo de concentración de Buchenwald en enero de 1944, permaneciendo allí hasta su liberación el 18 de abril de 1945. De los 2000 franceses que estaban con él en Buchenwald, fue él uno de los 30 que sobrevivieron. Un año después Lusseyran luchaba con las autoridades francesas para conseguir un puesto como profesor. Lo rechazaban por una ley que prohibía el empleo público a minusválidos. Finalmente ganó su derecho de enseñar y trabajó en Francia durante los años 50. Luego se trasladó a los EE. UU. y enseñó en varias universidades. El 21 de julio de 1971 muere Lusseyran con su esposa María en un accidente automovilístico. Estaba camino a Zurich para dar la conferencia: «Contra la Contaminación del Yo».
Cada mañana y cada noche escucho las noticias de la guerra, como de costumbre. Sí, en verdad, así tiene que ser, porque no tengo derecho de vivir fuera de mi tiempo. Y como actualmente vivo en Norteamérica, las noticias que recibo por la radio son las de esta guerra innecesaria y perdida, la que tenazmente está ocurriendo en Vietnam. Pero más frecuentes son los reportes de otra guerra. Son las noticias sobre la contaminación. En este caso el enemigo no está al otro lado del mundo, ni es un extraño, ni tiene otros antecedentes diferentes a los míos, ni otra fe. Este enemigo soy yo mismo, lo somos todos y la contaminación del mundo es una guerra civil. El enemigo son los productos de nuestro intelecto, el aumento de los inventos de nuestra razón práctica. Es decir: los sueños de invenciones fantásticas, combinados cada vez de nuevo con las posibilidades técnicas, cuyos deshechos nos causan lesiones dentro de nuestra vida cotidiana y hasta dentro de nuestra región vital más íntima. Oigo las noticias diarias de nuestras derrotas.
Donde hace tiempo -por no decir ayer- se encontraba la tranquila reserva de los indios de la tribu de los Navajos en el Altiplano del Río Colorado, existe hoy una planicie de 300 Km. de largo, totalmente envenenada debido al humo y a los gases del escape de una gigantesca planta térmica, que consume todo el carbón escarbado a su alrededor.
A poca distancia han empezado a explotar los grandes bosques vírgenes y anuncian “su sistemática tala”. Dentro de poco tiempo ya no podrá cumplir su tarea este pulmón que cubre el sur-este de Alaska y que permitía respirar al continente norteamericano en su parte noroeste. Estas fueron ayer las dos noticias más recientes de la frontera.
Seguramente es bueno que nos sean transmitidas estas noticias. Hace apenas cuatro años fueron sólo unos valientes pioneros los que se atrevieron a hacerlo. Estas denuncias (me gustaría llamarlas conciencia moral) se han tornado asunto público. Quizá los hombres pondrán un día punto final a esta locura. Acaso firmen una “Sacra Alianza” para salvar la tierra. Sin embargo, esta guerra civil no está restringida solamente a la tierra, al aire y al agua, sino que está desatando su furia en nosotros mismos. Sobre esta batalla no se oye hablar, pero yo, por mi parte, quiero romper el silencio que ya ha durado demasiado tiempo.
En otras palabras, estoy ahora aquí para compartir con ustedes mis más profundas preocupaciones. Pero no teman. No soy de aquellos que gozan con sus inquietudes ni pertenezco a los que en su miseria, y hasta en el susto, buscan y hallan una fuente de placer. Tengo la esperanza que todos juntos podamos encontrar las verdades y con ellas los medios que nos darán la posibilidad de vencer esta preocupación.
Cierto es que la tierra es el único campo en donde se puede desarrollar la vida que nos han otorgado y la hemos echado a perder. No obstante, en la tierra se encuentra sólo la mitad de nuestra existencia, el espacio exterior, el visible campo de acción. Nos queda otra región para administrar: nuestro espacio interior, nuestro YO del que nunca se habla en las noticias matutinas, pero es justamente nuestro YO quien está amenazado mortalmente. ¡Permítanme acudir en su auxilio! Deberé tener mucho cuidado en la lucha, porque el YO es la más frágil de nuestras pertenencias. Desde luego, ya no podemos quedarnos dormidos, ni mucho menos, seguir esperando.
Nuestro YO: esta palabra tiene un sentido tan claro y al mismo tiempo indefinido, que primero requiere una aclaración de su significado.
Así como cada objeto tiene un lado exterior y uno interior, osi ustedes prefieren, así como para cada uno de nosotros hay dos maneras de confrontarnos con otra persona, existen dos niveles para el YO: viendo su apariencia externa o viendo su verdadera personalidad.
En general, si hoy día alguien está dispuesto a hablar del YO, casi siempre habla de sus formas de apariencia, o sea, de las superficiales. Por consiguiente, no voy a llamar a esta forma YO, sino Ego.
Nuestro Ego es el anhelo que todos poseemos -nadie está libre de él- de no parecemos a nadie y cueste lo que cueste, de sobresalir en algo, no importa en qué sea. Por este deseo queremos para nosotros la mayor parte de la presa, que es la vida. Insistimos en nuestra postura, aunque no tengamos razón. Es precisamente nuestro Ego el que produce los monstruos que a nadie se le ocurre reprochar: la ambición, la competencia, el fanatismo y el autoritarismo, que se toman como autoridad legítima.
El Ego es aquella fuerza que trata de separarnos uno del otro. Además todos ustedes conocen la enfermedad de nuestro siglo, que tan tristemente ha sustituido al ambiente soñador de los románticos: la enfermedad de la falta de comunicación, del autismo. Si somos atacados por esta enfermedad, es inevitable entonces el descenso. Mientras más nos encerremos en nosotros mismos, más aislados estaremos. Es la sentencia. Es el veneno del Ego. Lo sabemos y lo escribimos. Pero ¿qué hacemos para combatirlo? ¡Nada! Al contrario.
Todo el mundo pugna por este Ego que es la parte engañosa de nuestro YO y en primer lugar lo hacen los educadores. Antes, en las escuelas y universidades, los estudiantes sencillamente estaban en falta cuando no cumplían con sus trabajos o no podían entender las materias. El valor de su trabajo se mostraba por su empeño y más todavía por el éxito logrado. En cambio el maestro hoy en día está ansioso por ayudar de antemano al Ego: ¡Ni pensar en dañarlo! Para que ningún Ego se sienta presionado se “inventan” verdades baratas y problemas fáciles. Y, como cada disciplina tiene un límite, que la mayoría de los Egos, obviamente, son incapaces de trascender, se declara como meta de estudios a este límite.
Sin embargo, esto no es todo y los educadores ni siquiera son los mayores culpables. Los que se han apoderado del Ego son los especialistas de la publicidad. Todo su trabajo consiste en investigar los caprichos actuales. Tan pronto como aparecen en un número suficiente de clientes, hacen de ellos verdades morales y maneras de comportamiento permitidas y respetables.
Todos ellos olvidan que el Ego no es lo mismo que el YO, sino su efímera, centelleante y arbitraria superficie, y que se mata al YO cuando se da siempre la razón al Ego.
Como ya les dije, el YO es muy frágil. Ni siquiera es en cada uno de nosotros algo que poseamos, un patrimonio. Tampoco es la suma de capacidades que podamos mostrar con orgullo. Más bien es como un impulso o una especie de arranque. Significa una fuerza tan sólo en ciernes. Es una promesa dada al hombre. Sí, así quisiera expresarlo: él será un día como el universo y podrá mirar al mundo con los ojos bien abiertos. Entonces percibirá y reconocerá la relación ordenada entre sí mismo y el mundo. En otras palabras, el YO todavía está tan poco desarrollado que para quitárnoslo casi no se requiere nada. Es más, ¡ahora tengo que constatar que están haciéndole la guerra!
Tratemos de hablar del verdadero YO. Lo que llamo YO es el movimiento o impulso que me permite servirme de los cuatro elementos de la tierra en que moro, también de mi inteligencia, de los movimientos de mi alma y hasta de mis sueños. Realmente es una fuerza que me concede un poder que nadie más me puede dar. Es decir que yo, para poder vivir, no tengo que esperar que la vida venga a mí. El Ego necesita de las cosas en grandes cantidades: dinero, reconocimiento, poder, elogios, premios, etc. En cambio el YO no precisa de ellas. Cuando actúa pone su propio mundo frente a este mundo de cosas. El YO es la riqueza en medio de la pobreza. Es la motivación mientras todo a nuestro alrededor está hastiado. Es la esperanza aun cuando todas las posibilidades objetivas de esperar han desaparecido. Del YO proviene todo avance humano. Y finalmente es lo que nos queda cuando todo lo demás nos es quitado, cuando ya no nos viene absolutamente nada de fuera siempre y cuando nuestras fuerzas sean suficientemente grandes para superar este vacío.
Es cierto que el YO del hombre nunca ha sido muy fuerte, fuera de algunas pocas individualidades. Nuestra época sufre sin duda esa carencia, no menos que las anteriores. Sin embargo, en nuestros días surge un hecho totalmente nuevo. Se nos quiere ahuyentar al YO por completo para finalmente deshacerse de este vecino raro, ciudadano confuso. Se le hace la guerra al YO. Es la más peligrosa de todas las guerras porque nadie piensa declararla como tal.
¿Podrán quizá ustedes hacer un pequeño ejercicio mental conmigo? ¡Háganlo por favor! Para hacerlo se necesita muy poco. Comprometámonos a hacerlo de hoy en adelante. Quedémonos quietos hoy en la noche por dos minutos antes de dormir. Dos minutos son suficientes. Dos minutos es un largo tiempo para el hombre que se detiene en su interior. Entonces preguntémonos qué es lo que hallamos dentro. En suma, es una exploración de la conciencia a la que quisiera invitarles y será en un sentido muy concreto y, permítanme la expresión, en un sentido material. En cada uno de nosotros hay un espacio interior a través del cual tenemos que pasar, como lo haríamos en un cuarto si quisiéramos averiguar qué objetos hay en él y dónde nos encontramos.
Hallaremos un caos de imágenes y sonidos que surgen de repente sin control, pedazos de imágenes que nadie tiene la capacidad de juntar y darles forma. No obstante, encontraremos otras cosas más confusas todavía: una serie de impulsos, ímpetus que adoptan la fuerza de necesidades. Todo esto no es otra cosa que los cachivaches comunes de la conciencia y no hay ninguna razón para asombrarse. En cambio, esto nos debe animar para hacer otra pregunta: ¿estos pedazos de imágenes y sonidos realmente me pertenecen?, ¿son míos o han sido depositados dentro de mí por otras personas?, ¿es realmente mi propia voz la que oigo de esta manera?, ¿es mi voz con la que hablé hace un momento con alguien?, ¿es la voz de mi mujer, de mis niños, de amigos, la voz de seres vivientes?, ¿y estas imágenes realmente me traen recuerdos de cosas que he usado, de lugares en que me he encontrado y trabajado? De veras, me parece poco probable. Serán las imágenes de la televisión aunque apenas estuve viéndola por una hora. Serán aquellas imágenes de todos los anuncios, carteles y señales que han desfilado delante de mis ojos desde temprano por la mañana en las calles de mi ciudad, en los encabezados de los periódicos, en las ventanas de las tiendas, en la bolsa del detergente que compré regresando a mi casa. Las voces naturalmente de familiares, pero nunca solas, siempre “mezcladas” con otras voces curiosamente conocidas y al mismo tiempo totalmente impersonales, las voces de todas las mujeres y hombres a los que jamás encontraré personalmente y a quienes no podré decir nada, porque tampoco se dirigen a mí. Por supuesto me hablan. Es todo lo que hacen durante todo el día: en la radio, la televisión, el cine, el teléfono, el periódico, el cassette... Lo hacen; pero no pasa nada realmente. Nada se está realizando. No saben a quién se dirigen. Hablan porque saben ¡que hoy en día se puede vender la palabra!
Tengo que aceptar un descubrimiento repugnante: ¡Mi espacio interior ya no me pertenece! Quizá todavía pueda encontrar en él algunos “efectos personales” así como una aguja en un pajar. Sin embargo mi interior tampoco pertenece a los demás porque nunca me he propuesto darlo. Por eso, mi interior no es de nadie y está repleto de cualquier cosa. Ya existen cementerios de autos. Lamento que estén ensuciando el paisaje. Ahora yo, por mi parte me convierto también en un cementerio de palabras, gritos, música, gestos que nadie realmente hace en serio; de informaciones, instrucciones, secuencias de palabras cien veces repetidas que en realidad nadie quiere.
Debo admitir que toda la noche estuve disperso. Realmente no he mirado el televisor ni he escuchado radio, aunque estaba prendido. Y respecto a la música de fondo en el restaurante del auto-servicio al mediodía y la del ascensor, francamente yo no puedo decir si hubo o no. Ya hace mucho tiempo que no me fijo en lo que dicen los anuncios. ¿Cómo es posible que me haya contagiado con todo esto? La trampa existe, pero yo estoy fuera de ella, al menos es lo que creo.
No obstante, no se puede dudar que todo ese ruido y esas imágenes chillonas de mi cabeza no son realmente mías. Mi YO puede ignorarlas, todavía puede tratar de vivir sin ellas. Pero ¿dónde vivirá? El lugar ya está ocupado porque el mundo exterior ha sembrado su basura por doquier.
Ahora es necesario tener el valor de expresar lo que en el fondo todos sabemos, pero que ya no tenemos la fuerza de decir. Un ser humano a quien permito que me hable sin que yo tenga la oportunidad de contestar, no es verdaderamente un ser humano. No lo es, pero me compete. Una música que no he seleccionado para escuchar produce ciertas formas dentro de mí. Esto ocurre aún cuando yo no estoy consciente de haberla oído. Estas formas ya no pertenecen a la música, porque están cabalgando sin orden y me plasman sin darme cuenta. Lo mismo pasa con todos los viajes en imágenes que hago de Harlem a Pekín y de Suez a Cuba, realmente no los he hecho ni los quise hacer. Es más, no me he movido ni un paso, jamás traerán provecho alguno.
Pronto ya no habrá ningún centímetro dentro de nuestro espacio interior que no sea pisoteado diariamente. Hasta el amor. ¿Quién hubiera pensado que un día saldría del escondite más íntimo de los seres humanos? Se ha convertido en un espectáculo. Se ha empezado a representar el acto sexual delante nuestro. Si los hombres fueran únicamente máquinas, todo esto no tendría tanta importancia. Sin embargo son algo distinto, porque poseen un YO que obedece a sus propias leyes. En otras palabras, el YO tiene ciertas condiciones de crecimiento y se alimenta exclusivamente de sus propios movimientos. Aquellos que otros hacen en su lugar, lejos de ayudar, lo empobrecen. Cuando el YO, por su propio impulso, no sale al encuentro de las cosas, éstas rechazan al YO, lo reducen y no lo dejan en paz hasta que abandone el campo o se muera.
Una Psicología objetiva tendría ciertamente grandes dificultades para comprobar este hecho tan sencillo. Pero, ¿quién habla aquí de Psicología? La muerte del YO es una vivencia. ¿Por qué será que la mayoría de nuestros contemporáneos ya no pueden tener esta vivencia?, ¿no será porque su YO ya se les ha escapado?
Las condiciones para el crecimiento son duras y esto vale para todo lo vivo. Lo hemos descubierto en los animales y plantas, en el agua y el aire. Sin embargo el YO humano es la más vulnerable de nuestras pertenencias. Los daños causados en el YO por la contaminación avanzan con tanta rapidez que ni siquiera se mencionan, o peor aún se les da nombres que despistan. Por ejemplo, hoy en día cada persona respeta la opinión pública o por lo menos lo aparenta. Sabemos que los sondeos de opinión pública están a punto de sustituir a los diálogos. Hacen encuestas a la gente sobre cualquier cosa, según las clases sociales, edades, niveles de trabajo o regiones geográficas. Luego publican los resultados y todo con porcentajes. No vayan a dudar que un día se pregunte a la opinión pública si todavía es correcto casarse. Un día (a lo mejor más cerca de lo que suponemos) se preguntará, tal vez, si valdrá la pena seguir viviendo. La gente cree en respuestas Finalmente las aceptan. No he encontrado más que un puñado de personas que sospechan que las estadísticas no constituyen respuestas.
La mayoría o un promedio de las encuestas no son verdaderas realidades, sólo lo son para la inteligencia abstracta, o sea para la manipulación de las masas. Con esto quiero decir, que sirven para la manipulación de su inconsciente. Para el YO esto no significa nada, apenas se trata de una aseveración. Si el YO no está totalmente dormido, sabe que una verdad nunca consiste en lo que la mayoría de la gente dice o hace, sino que la verdad es lo que aparece al cabo de cada vivencia, siempre y cuando se experimente personal y verdaderamente hasta su fin. El YO sabe que el grado de utilidad y legitimidad de cualquier comportamiento no está en proporción a la frecuencia con que éste se practica.
Me parece que estamos viviendo exclusivamente de estadísticas y a ellas les otorgamos los privilegios de una deidad. ¿No es realmente extraña esta mitología nuestra? ¡Si sólo nos diéramos cuenta que es una mitología! y por cierto una muy primitiva.
Cada persona y en especial los estadísticos lo saben. El hombre promedio no existe. Sin embargo, a este hombre no existente dedicamos la mayor parte de nuestra atención y cuidado. El otro hombre, el hombre capaz de una transformación, el que no. soportaría descubrir que es “un promedio”, el hombre que dice: “yo sé” sólo cuando él mismo lo sabe; este hombre se asfixia, se hunde cada día más bajo la avalancha de los sucesos colectivos. Si no empezamos a trabajar como salvavidas, con el mayor esfuerzo de nuestra parte, muy pronto la verdad será solamente lo que piensa la mayoría y lo bueno será lo que ella haga. Por una sola vez, yo que nunca recomiendo la angustia, digo: “Angustiémonos!”.
No nos engañemos, se trata de la guerra contra el YO. Hoy debemos damos cuenta que la misma gente que por tradición estaba más cerca del YO y siempre fue su conservadora y promotora (hablo de los intelectuales y artistas), ahora se unen en grupos cada vez más grandes al ejército de los agresores.
Durante siglos, un escritor, un músico o un pintor, era un hombre quien expresaba un punto de vista con respecto al mundo. Su concepto del mundo fue exclusivamente el suyo y no el de otra persona. Sin embargo, tenía su concepto una fuerza tal que terminaba por llegar a una validez universal. Aún los realistas, cuando buscaban minimizarse ante los hechos, siempre dejaban su huella personal en las obras. En cambio, hace aproximadamente quince años vemos aparecer creadores cuyo expreso deseo es no solamente hacerse invisibles al máximo, sino también dejar de estar dentro de sus obras. En lugar del YO ha de valer una observación, una conciencia que se limita a constatar. Por lo tanto, los sucesos y las personas representadas ya no deben tener relación alguna con el observador ni con la fantasía del creador. ¿Es éste un trabajo artístico? Yo, en lo personal sí creo que lo es. Pero ¿es éste un trabajo justificado? ¿Puede ser la observación impersonal otra cosa más que un concepto o una abstracción? Al nombrar un autor de mi patria, Alain Robbe Grillet, que ha escrito una novela “La Jalousie” me pregunto, ¿está él efectivamente ausente en su reporte o bien sólo aparenta estarlo? Ya el hecho de seleccionar ciertas palabras o excluir ciertas ideas en favor de otras, ¿no es esto ya, necesariamente, una decisión y entonces la afirmación de su presencia? No es mi intención criticar aquí al “Nouveau Roman”, esta clase de novela moderna, ni mucho menos, pues, como cualquier intento creador espiritual es fascinante. Lo que a mí me interesa en estas obras no es su éxito o fracaso, sino su intención. Hoy en día los artistas tienen miedo al YO y hacen todo lo posible para que el YO no participe en el juego de la conciencia. Abren las puertas de par en par a lo que no es su YO. Y lo que así entra no pertenece propiamente a ningún ser humano. Mencioné a Alain Robbe-Gillet. En lugar de él podríamos pensar también en el compositor americano John Cage, quien está construyendo estructuras de sonidos extraídos del universo de ruidos exteriores. Tanto Cage como Robbe-Grillet se encuentran actualmente en el centro de la atención general. Aunque al público muchas veces no le guste lo que hacen, cree que sus esfuerzos están expresando la inevitable tendencia de nuestra época.
Eugene Ionesco y Samuel Beckett van más allá, ¡dramatizan la desaparición del YO! Ionesco lo hace sin comentarios y por decirlo así, de una manera brutal. Beckett, por su parte, le da la despedida al YO de una manera no menos forzada, pero su ausencia adopta la agudeza de una nostalgia y la fuerza insoportable de un dolor físico. En las obras de Beckett nace una metafísica de la ausencia del YO que a muchas personas les parece como la promesa de un retorno. Sin embargo, es una metafísica de ausencia y no de presencia.
Decenas de intelectuales ya no se ocupan del contenido del pensamiento, sino exclusivamente de su forma. Ya no se preocupan por la relación entre quien piensa y lo pensado, sino por todo lo que según su opinión existe fuera de nosotros, o sea los métodos y estructuras. Las consecuencias de esta decisión se pueden observar hasta en los detalles concretos: constato que va en aumento el número de investigaciones pedagógicas en las cuales ya no se toma en cuenta a maestros ni alumnos, sino que se enfoca una tercera realidad en la cual ya no hay un YO. Consiste en una relación de fenómenos, en breve, un sistema. En pocas palabras, se están acercando a todo galope al objeto, a la máquina. Quieren olvidarse de la persona para quien está hecha la máquina, incluso la “máquina del universo”. Darían cualquier cosa por deshacerse por fin, de este embarazoso, casual, obstinado, impredecible ser denominado Hombre y en especial, quisieran eliminar este riesgo imposible de programar: lo que el YO del ser humano representa.
Es cierto que la juventud está protestando y desde algunos años lleva su protesta a las calles. No parece sentir simpatía por este mundo sin humor, sin sueños, sin contrastes, sin descanso, donde no hay lugar para cosas sin utilidad práctica. Con respecto a ello, se ha comenzado a hablar (sobre todo en Norteamérica) de una “contra-cultura”. No puedo evitarlo, siento algo como liberación frente a su protesta, aun cuando tome detestables formas como peleas, riñas y confusión del pensamiento. Estos jóvenes tienen un YO y también lo presienten. Todavía no se les ha convencido de lo contrario. Es posible que quieran retener este YO y quizá sean más capaces que nosotros de hacerlo.
Las señales son las barricadas en todas las grandes ciudades de Europa y en las mayores universidades de América. También vemos señales, ¿por qué no? en Woodstock y en muchos “festivales de rock” entre el Atlántico y el Pacífico, hasta la Provenza. Sin embargo no dejo de preguntarme ¿es el YO el que aquí está manifestándose?
Verdadera exigencia existe en estos cientos de miles de jóvenes, una exigencia por conocer lo que les falta, las auténticas necesidades, las que no se les vende y no podrán comprar. Sin embargo, al mismo tiempo casi siempre se abandonan en la forma más repentina y global a aquello que no es suyo. Todos sabemos muy bien que apenas dejan las barricadas, la droga no está lejos.
Sin duda, vemos en primer lugar la más frecuente de todas las drogas: la euforia colectiva, aunque no nos parezca realmente un veneno. El “festival rock” se basa en el olvido. Lo ponen en escena para intensificar la vivencia del prójimo, para quitar todas las barreras, para realizar el impulso personal hacia el amor al prójimo y hacia la alegría de que todo vive. Se basa en encantamientos exaltando el ritmo, proclamando el anonimato del cuerpo humano y se eliminan las diferencias individuales a través de una especie de exorcismo.
Por eso temo que se está preparando el reino del NO-YO. He visto hippies en los parques de San Francisco radiantes de felicidad y totalmente envueltos en sus ilusiones, que durante días enteros no se daban cuenta de la gente que les rodeaba. Su mirada tampoco revelaba una búsqueda activa de sí mismos y su música tenía la inexorable monotonía de una huida.
De hecho no es fácil tener un YO, menos aún retenerlo, y perseguir la felicidad tal vez no es el método. En este asunto me confronto con el problema que posiblemente es el más alarmante y más urgente de todos y del cual yo hubiera preferido huir, pero los hechos no me permiten callar. Es el problema tan imaginativa y correctamente caracterizado con la palabra “vuelo”, o sea con la expresión inglesa “trip”, pero, ¿hacia qué país llevan estos vuelos?
Creo que la gente discutirá todavía mucho tiempo sobre el grado del daño de las diferentes drogas. Aunque la heroína no vaya a salir aprobada, la marihuana, por su lado, ya está por serlo. Será suficiente, no es cierto, tratarla igual que al tabaco, comercializarla, legalizarla. De esto ya se habla en las noticias de la mañana, no cada día, pero por lo menos una vez por semana. Yo no tomaré ninguna decisión en esta discusión, ni me interesa, específicamente, saber si la mezcalina produce una toxicomanía irreversible o no. Ante mis ojos, todas las drogas, sean de efecto suave o poderoso, plantean el mismo problema y éste no es en primer lugar problema de la medicina. ¿Es correcto que encomendemos la suerte de nuestras almas a sustancias químicas? ¿Debe depender nuestro sueño de los somníferos, nuestra paz anímica de las hierbas y nuestra alegría de sustancias alucinógenas?, ¿es esto sensato?, ¿está esto permitido? Y no quiero decir permitido por la moral (de todos modos la moral cambia con los tiempos y casi siempre se equivoca) sino por el orden de la naturaleza. Justamente aquella pregunta nunca se hace, al menos, no en círculos oficiales.
Puedo comprender muy bien por qué tantos jóvenes se vuelven adictos a las drogas, y tengo plena comprensión por el hecho de que quieran cerrar la cortina ante este mundo en el cual diariamente se aniquilan pueblos enteros, enormes bosques y en donde las persecuciones no se hacen con furia sino con el frío método científico. Y efectivamente, ¿cómo se puede, a la larga, soportar esta civilización en donde se limita al alma, se la canaliza, se le pone una etiqueta y se la insulta? ¿Cómo se puede estar satisfecho en una sociedad en la cual la fantasía pronto servirá solamente para llenar el tiempo libre y en donde se quiere sopesar todo, hasta la misma felicidad, igual como se pesa el cemento o el fertilizante? Puedo comprender que a estos jóvenes les quede sólo el deseo de huir. Sin embargo, cuando “huyan” ¿llegarán también a algún lugar? A todos debiéramos decirles que ¡así no llegarán!
Hace más o menos quince años tenía un muy querido amigo con una cultura amplia. Me confesó no tener ningún talento musical. Esta falta lo deprimía mucho. La música le agradaba pero no era capaz de comprenderla. La percibía como una masa indiferenciada cuyas partes no podía distinguir. Un día hizo un experimento, tomó mezcalina, y bajo el efecto de la droga escuchó un disco de la Misa en Si bemol de Bach. ¡Qué milagro!, desde el primer momento pudo oír cada una de las diferentes voces del coro en el “Kyrie”. Después de unos días me confió su descubrimiento. Simplemente contesté: “Volvamos a repetirlo, pero sin mezcalina”. El no podía distinguir más entre las voces del coro, ni percibir la línea musical.
Así es como actúan las drogas, nos quitan nuevamente lo que nos han dado. Nos colman, para después vaciarnos. Por medio de ellas visitamos extraños y lejanos lugares, pero al terminar el viaje ya no somos capaces de describirlos y nunca podremos llevar a nadie con nosotros. La razón es muy sencilla, realmente, ni a nosotros mismos hemos llevado. Hemos dejado atrás nuestro YO. Todas las drogas sin excepción actúan contra el YO. Se le abalanzan. Viven de su ausencia. Por eso, en mi opinión el mundo de las drogas nunca puede ser el mundo del hombre. Entonces, ¿qué hacer?, ¿tenemos que contentamos con lo poco que poseemos? Ya he admitido francamente que nuestro YO todavía no es fuerte. El nos deja aún en un estado hambriento, nos concede armas demasiado débiles para defendernos contra todo lo que él no es. Es un hecho que estamos mal preparados contra la invasión de las planificaciones de la materia y de la abstracción. Precisamente por eso no debemos renunciar ni a la más pequeña parcela que poseamos de nuestro YO.
¿No les parece que ese mundo de abstracciones y de obras materiales se sirve conscientemente de la droga, en contra nuestra? ¡Qué inesperado pase de cortesía le podría dar nuestro sueño a ese mundo! Imaginémonos (si esta idea no es demasiado insoportable) que la vida humana estuviera dividida en dos partes iguales, en una de las partes todo está sometido al dominio de los números, de la velocidad, de la eficacia material, de la producción y de la obediencia. En la otra parte cada cual se acurruca para después disolverse en el universo artificial de la droga. Entonces, el problema del control de los hombres, de su esclavización (sin solución desde milenios) perdería su sentido. Lo único que tendría importancia sería aprovisionarse adecuadamente. Perdónenme por este pensamiento hipotético, el cual verdaderamente se me impone: siempre me ha costado trabajo comprender la política de las grandes potencias que impulsan su super armamento, mientras que una red de espionaje y de persuasión indirecta, una lenta campaña secreta de difusión de la droga les posibilitaría, fácilmente a corto o largo plazo, el adormecer al enemigo, que es el propósito final de toda guerra. Me gustaría pensar que estoy dramatizando involuntariamente, sin embargo, no creo que sea así. Nuestro YO, este germen humanitario en cada uno de nosotros, nos necesita. No obstante lo hemos olvidado para dejar libre de toda limitación a nuestro espíritu, al construir este mundo técnico y abstracto. Y ahora la droga expulsa al YO del otro refugio, del asilo de nuestros sentimientos y más aún de nuestra alma misma. La tristeza y la alegría siempre han pertenecido al hombre. Eran su región exclusiva, su vergüenza, su orgullo. ¿Estamos dispuestos a renunciar a una u otra? ¿Vamos a exigir la eliminación de la tristeza y el aumento de la alegría a otras fuerzas que no sean las nuestras? ¡Si llegásemos a ese punto, nosotros de por sí, ya muy frágiles, nos quebraríamos como vidrio! Tengo muy claro en mi memoria el reporte de un psicólogo del ejército norteamericano, sobre los soldados tomados en prisión por los chinos durante la guerra en Corea (por favor tomen nota que fue antes del auge de las drogas). A estos hombres se les había practicado un riguroso lavado cerebral. Se sobreentiende que en esta terapia infernal está incluido todo lo que sirve para sacar al YO, aun del hombre más fiel. Sin embargo, lo que a este psicólogo militar le dolía más, era la rapidez con que se había podido quitar de las cabezas y de los corazones de estos jóvenes, todo lo que los hizo sentirse americanos: la confianza en sus derechos jurídicos, en su valor como hombres y hasta en su derecho a la felicidad. ¡Para mí eso no es sorprendente! Todos los hombres están dotados de esa fuerza que llamamos YO, sin embargo, no está ligada inseparablemente a su cuerpo. El no se impone para mantener su lugar. Está sufriendo a gritos su inundación por los objetos, números, sistemas, pasiones sin límite y por las drogas. Por esta razón he dicho que hay peligro y hablo de la urgente necesidad de socorro. La contaminación del YO está avanzando más rápido que la contaminación de la tierra.
Quizá uno u otro de ustedes se pregunte: en nombre de qué triste filosofía expreso estos horribles temores con respecto al destino del YO humano. Tengan la seguridad que no se trata de filosofía, sino de experiencia. Antes de terminar permítanme comprobarlo con un episodio de mi vida.
En enero de 1944 me deportaron junto con otros dos mil franceses al campo de concentración de “Buchenwald” (Alemania). El reglamento exigía que se nos quitaran, inmediatamente después de llegar, todos nuestros efectos personales: la ropa, anillos de matrimonio, incluso eventuales aparatos ortopédicos. Luego nos llevaron a una sala en la que teníamos que sumergirnos enteramente en “xilol”, un desinfectante sumamente fuerte, no solamente el cuerpo sino la cabeza. Después nos empujaron a una tercera sala en la que vimos colgados del techo unos cables en cuyas terminaciones estaban conectadas unas máquinas rasuradoras de pelo. Los guardias nos cortaron con minucioso empeño hasta el último pelo del cuerpo. Como la mayoría de las medidas de los campos de concentración, también ésta tuvo al mismo tiempo dos objetivos: asegurar la higiene y humillarnos.
En grupos de aproximadamente 30 hombres, pasamos así por la navaja de rasurar. Conocía muy bien a mis compañeros porque acabábamos de convivir durante tres días y tres noches en los vagones para el transporte de ganado. Todos éramos lo que en aquel entonces se llamaba prisioneros políticos, o sea hombres que habían participado voluntariamente en las luchas de resistencia. Sin embargo, durante este ridículo suceso de ser rapado, me quedé desconcertado de escuchar de repente unos sollozos. En verdad, varios hombres lloraron. Uno de ellos era un conocido médico, el otro un panadero, el tercero un profesor de sociología... Ciertamente, hombres muy distintos uno del otro. Realmente, eran muy diferentes. No obstante lloraron juntos y sus lágrimas parecieron decir: ¡déjenme lo último que es mío! En los próximos días traté de interrogar a estos hombres. ¡No crean, por favor, que sentía desprecio por ellos! Cuando uno ha atravesado por ciertas pruebas, no puede dejar de sentir cariño ante la debilidad. ¿Qué cosa les había pasado? Tenía que averiguarlo. Ahora bien, las respuestas del panadero y las del sociólogo fueron las mismas. Fueron reticentes y vacilantes pero claras. Sin su ropa, sin su pelo, esos hombres ya no se sentían vivos. Despojados de sus atributos nadie los hubiera reconocido. Esta idea los sumergía en una pobreza que no podían soportar.
Todavía no he llegado al final de mi historia. El incidente con los hombres llorando tuvo lugar el 24 de Enero. Para el 1ro. de Marzo ninguno de ellos vivía. Queda por mencionar que las condiciones para sobrevivir fueron duras. Sin embargo, para aquellos hombres no fueron más duras que para todos los demás. Ellos murieron (y cómo no entenderlo así); se había esfumado su YO, por haber dejado de funcionar.
Hace dos o tres siglos que los pensadores se atreven a hablar de la muerte de Dios. Algunos declaran dicha muerte como un hecho. Yo he tomado este anuncio como un caso flagrante y patético de abstracción. Dios no puede morir ni tampoco el YO del hombre.
Por eso hablo en un sentido muy especial cuando digo que nuestro YO es frágil. Nuestro YO es sumamente delicado, porque mengua cada vez que no está en acción. Esta aseveración no decreta el intelecto. Se trata de una ley cuya exigencia sentimos ahora con mayor fuerza que nunca. Si nuestro YO se entrega a algo ajeno a sí mismo, nos tornamos en seguida víctimas. Nuestro sentido de placer se incrementará por algunos momentos, porque existe un placer de sueño, pero jamás volveremos a sentir alegría.
¿No es éste en verdad el sentido de aquellas palabras, que tantos hombres diariamente expresan: “Religión” o, tomado de otro vocabulario, “Yoga”? Las dos palabras significan reunión, o sea, la restauración de un lazo. Sin embargo, no basta con darle un nombre a este lazo entre el hombre individual y el principio universal: hay que desearlo conscientemente. Y si tengo mis dudas hasta el momento, es porque veo en aumento el número de aquellos que ya no desean más este lazo.
Por otra parte, no olvido que este trabajo del YO, aunque avance lentamente y con dificultad, amenazado por todos los peligros de falsas imaginaciones y engaños de los sentidos, es, de todos los trabajos que podamos hacer, el que lleva en sí la más grande esperanza. Y sé también, que esta noche aquí, no soy el único que ama este trabajo y que trata de realizarlo.
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